(Foto por James Ramos/Herald)
El día de hoy, todavía existe una percepción o entendimiento erróneo de que es un catequista. Usualmente cuando se le pregunta a la gente, se describe a la persona del catequista como una mujer que imparte clases de religión a un grupo de niños en un espacio como salón de clase o en un patio de la Iglesia. Estas respuestas tienen cierta verdad, pero son incompletas.
Primero, tratemos de entender ¿Qué es catequesis? Catequesis es más que una instrucción, de hecho, San Juan Pablo II lo describía de esta manera, la catequesis es un “conjunto de esfuerzos realizados por la Iglesia para hacer discípulos, para ayudar a los hombres creer que Jesús es el Hijo de Dios”. (Catechesi Tradendae, n.1)
Por lo tanto, ya que hemos definido que es catequesis, ahora nos lleva a preguntarnos ¿Quién es un catequista? La persona del catequista es un cristiano/a que recibe un llamado particular de Dios en virtud del Bautismo y la Confirmación recibidas, para transmitir la fe e iniciar a otras personas en la vida cristiana.
Estas otras personas pueden ser jóvenes, adultas o niños. ¡No hay edad limite para recibir la fe! Por consecuencia, un catequista no solo instruye a niños, sino también a jóvenes y adultos, sin importar la edad.
Consiguientemente, el Directorio para la Catequesis acentúa tres características que todo catequista es y debe de ser:
1. Testigo de la fe y custodio de la memoria de Dios — el testimonio de vida de la persona es un criterio fundamental.
2. Maestro y mistagogo — la persona del catequista transmite el contenido de la fe de manera integra y a la vez, conduce a otras personas en la celebración de los misterios de la salvación.
3. Acompañante y educador — la persona del catequista debe saber escuchar y acompañar a las personas en su crecimiento espiritual, humano y emocional y llevarlas a Cristo Jesús.
La persona del catequista debe de configurarse con el mismo corazón que Jesús ama a su Iglesia y entregarse a ella. Por lo tanto, el/la catequista no es maestro en sentido de tutor o maestro de escuela, sino discípulo de Cristo, que está dispuesto aprender del maestro y ser fiel en las pequeñas cosas. Y en ese aprender, el/la catequista se grabará las palabras de San Juan Pablo II: “Debe ser la de comunicar, a través de su enseñanza y su comportamiento, la doctrina y la vida de Jesús. No tratará de fijar en sí mismo, en sus opiniones y actitudes personales, la atención y la adhesión de aquel a quien catequiza; no tratará de inculcar sus opiniones y opciones personales como si éstas expresaran la doctrina y las lecciones de vida de Cristo. Todo catequista debería poder aplicarse a sí mismo la misteriosa frase de Jesús: “Mi doctrina no es mía, sino del que me ha enviado.” (Catechesi Tradendae, n. 6)
Consecuentemente, la persona del catequista esta llamado a formarse, a prepararse en las distintas ciencias que le puedan ayudar a transmitir de manera fiel e integra el contenido de la fe buscando modos nuevos y frescos que puedan llegar al corazón de la persona para que esta transforme su entorno y su cultura a la luz del evangelio. Todo esto es posible, cuando la persona del catequista, ante todo, se siente y vive enamorada/o por Jesucristo y mantiene la chispa viva en la relación, en pocas palabras, ha tenido un encuentro personal con Cristo y está en íntima comunión con Él.
Cuando la persona del catequista tiene esta fuerte conexión con Jesucristo y su Iglesia, reconoce que la fe recibida es un don, reconoce que no es dueño/a del Evangelio. Concisamente, sabe que no puede utilizar el evangelio como armamento, negocio, o interpretarlo a su manera, sino que aprende a descubrir el sentir de la Iglesia, y poco a poco se convierte en un discípulo misionero que esta dispuesto a comunicar la belleza, la misericordia, y el amor de Cristo que ha hecho en su vida.
Cuando uno se enamora de Jesús, sabe que el camino del discipulado será arduo, angosto y que tiene forma de cruz, pero vale la pena recorrerlo, porque Cristo ya lo recorrió y salió victorioso. Reconocerá que el Espíritu Santo (Maestro interior) irá transformando su vida en un testigo de Cristo, y esto le ayudará a ser más sencillo, humilde y no orgulloso.
El Papa Francisco nos recuerda a todos los que somos llamados a la evangelización a “no tener permanentemente cara de funeral” o “pesimistas quejosos y desencantados con cara de vinagre.” (Evangelii Gaudium, nos. 10, 85)
Consecuentemente, la persona del Catequista recibe el llamado para comunicar la vida entera de Cristo, “su silencio, sus milagros, sus gestos, su oración, su amor al hombre, su predilección por los pequeños y los pobres, la aceptación del sacrificio total en la cruz por la salvación del mundo, su resurrección y el cumplimiento de la revelación” (Catechesi tradendae, n. 9), resumidamente, la persona del Catequista nunca se debe de cansar en transmitir y compartir el amor que Dios Padre ha manifestado en su hijo Jesucristo y lo que Cristo ha hecho por nosotros.
Adrian Alberto Herrera es director asociado para la Oficina de Evangelización y Catequesis.