by Adrian Alberto Herrera, Oficina de Evangelización y Cateques
En la fiesta de San Francisco de Asís, mejor conocido como ‘il poverello d’Assisi’, Papa León XIV publicó su primera exhortación apostólica titulada “Dilexi Te” [Te he amado], donde el tema central es el servicio a los pobres. En esta exhortación apostólica, publicada el 4 de octubre, el Papa León XIV explica que el Papa Francisco se disponía a publicar esta carta al momento de su fallecimiento y él completó su obra, añadiendo reflexiones propias y mezclándolas con las palabras de su “amado predecesor”.
Desde el comienzo de esta exhortación, es notable el esmero que hace Papa León XIV en fundamentar sus enseñanzas con respaldo bíblico y autoridad histórica. Comienza conectando su lección fundamental —que para amar a Dios, debemos amar a los pobres—. En todo el documento, es sobresaliente la gran cantidad de fuentes que el Papa León XIV utilizó para transmitir que sus enseñanzas no son nuevas, sino que surgen de una tradición continua. Aquí, utiliza las propias palabras de Jesús para transmitir su mensaje: «Cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo» (Mt 25,40).
Esta exhortación está dividida en cinco capítulos y nos habla sobre el servicio que debemos prestar a los pobres, en quienes el amor de Cristo se hace carne. En el primer capítulo, Papa Leo XIV exhorta a todos los creyentes a prestar atención y escuchar el grito de los pobres, ya que el escuchar el grito del pobre, estamos llamados a identificarnos con el corazón de Dios, “En el rostro herido de los pobres encontramos impreso el sufrimiento de los inocentes y, por tanto, el mismo sufrimiento de Cristo” (n.9).
En el capítulo II, Papa León XIV indica que Dios es tan grande y misericordioso, que tiene una preferencia por los pobres y nos pide a nosotros como Iglesia abogar por aquellos que son débiles, discriminados y oprimidos. No solo abogar por ellos, sino una Iglesia que camina con los pobres, “Al contrario, cuando des un banquete, invita a los pobres, a los lisiados, a los paralíticos, a los ciegos. ¡Feliz de ti, porque ellos no tienen cómo retribuirte!» (Lc 14,12-14).
En el tercer capítulo, la exhortación se enfoca en cómo la Iglesia debe ser una Iglesia para los pobres y recuerda que los ministros de la Iglesia, tanto clérigos como laicos, nunca deben descuidar la atención y el cuidado de los pobres, y menos aún acumular bienes en beneficio propio. El Papa León XIV recurre a la historia de la Iglesia y menciona ciertos padres de la Iglesia como San Ignacio de Antioquia, San Agustín, San Juan Crisóstomo, entre otros, y las órdenes mendicantes como San Francisco de Asís para recordarnos cómo la Iglesia primitiva cuidaba de los pobres.
Consecuentemente, Papa León XIV dedica un buen espacio a la importancia de acompañar a los migrantes y precisa que la Iglesia, como madre, camina con los que caminan, que cuando el mundo ve una amenaza, ella ve hijos: «Estaba de paso y me alojaron» (Mt 25,35).
En el cuarto capítulo, Papa León XIV indica que la sociedad se ha acelerado debido a las transformaciones sociales y tecnológicas que representan un reto para el ser humano, en especial donde los marginados y los pobres son sujetos de una inteligencia específica, indispensable para la Iglesia. Se señala que hay que seguir denunciando la dictadura de una economía que mata.
“Este desequilibrio proviene de ideologías que defienden la autonomía absoluta de los mercados y la especulación financiera. De ahí que nieguen el derecho de control de los Estados, encargados de velar por el bien común” (n.92). Y que la Iglesia debe comprometerse cada vez más para resolver las causas estructurales de la pobreza.
En el último capítulo, se recalca que el cuidado de los pobres forma parte de la gran Tradición de la Iglesia. El amor a los pobres es un elemento esencial que lleva la marca del corazón de la Iglesia, que no se les puede tratar como un problema social, ya que los pobres son una “cuestión familiar”, son de los “nuestros”. Papa León XIV señala que los pobres justamente son quienes nos evangelizan: “Los pobres, en el silencio de su misma condición, nos colocan frente a la realidad de nuestra debilidad” (n. 109).
Finalmente, los pobres están en el centro de la Iglesia, porque Cristo mismo se hizo pobre entre nosotros, “y la Iglesia, si quiere ser de Cristo, debe ser la Iglesia de las Bienaventuranzas, una Iglesia que hace espacio a los pequeños y camina pobre con los pobres, un lugar en el que los pobres tienen un sitio privilegiado” (cf. St 2,2-4), «tocan la carne sufriente de Cristo».
Adrian Alberto Herrera es actualmente Director Asociado para la Oficina de Evangelización y Catequesis en la Arquidiócesis de Galveston-Houston.