No nos gusta pensar en la destrucción y mucho menos en la muerte. Y estos últimos años es precisamente lo que hemos estado experimentando a nivel global. Por un lado, la pandemia originada por el virus SARS-COV2 donde se estima 6.11 Millones de muertes alrededor del mundo, y hace casi dos meses atrás, la invasión y destrucción de Rusia hacia Ucrania. Todos estos datos pueden ser desgarradores, de desesperanza y fácilmente uno desanimarse.
Todos estamos profundamente afligidos por el nivel de violencia y sufrimiento que se sigue perpetrando en distintos lugares del mundo. Pero nuestra fe católica apunta más allá de la muerte, apunta hacia una persona concreta, Jesús de Nazaret, quien ha resucitado “Yo soy la resurrección y la vida” (Jn 11, 25). Por ende, nuestra fe es una fe pascual que significa “paso de la muerte a la vida”, “paso de la tristeza a la alegría”.
En Cristo resucitado se cumplen todas las promesas de Dios, y es por ello por lo que es constituido Señor de la vida y de la historia humana. Es el mismo Jesús el que resucitará en el último día a quienes hayan creído en Él y hayan comido su cuerpo y bebido su sangre (cf. Jn 6, 54). En pocas palabras, nuestra fe nos dice que la muerte no tiene la última palabra, porque Cristo ha vencido a la muerte y ha aniquilado el pecado, nos ha hecho partícipes de su victoria para ser personas de una gran esperanza.
De hecho, el Catecismo de la Iglesia Católica, párrafo 1002 nos enseña lo siguiente: “Si es verdad que Cristo nos resucitará en “el último día”, también lo es, en cierto modo, que nosotros ya hemos resucitado con Cristo. En efecto, gracias al Espíritu Santo, la vida cristiana en la tierra es, desde ahora, una participación en la muerte y en la Resurrección de Cristo”.
Consiguientemente, no puede haber cristianos tristes, deprimidos, cabizbajos y pesimistas. El Santo Padre nos recordaba en su exhortación apostólica Evangelii Gaudium “Hay cristianos cuya opción parece ser la de una Cuaresma sin Pascua”. Por lo tanto, es tiempo de dejar el pasado lleno de penumbras y tinieblas y dar paso al alba de la pascua de Cristo resucitado y permitir que renazca la alegría del Señor en tu corazón, para ser testigos de su resurrección y junto con la comunidad de Pedro podamos decir: “Bendito sea Dios, Padre de Cristo Jesús, nuestro Señor, por su gran misericordia. Al resucitar a Cristo Jesús de entre los muertos, nos dio una vida nueva y una esperanza viva” (1 Pe 1,3).
Nuestras vidas no pueden ser las mismas y mucho menos quedar atrapados en el miedo, ya Jesús nos ha asegurado “Yo he vencido al mundo” (Jn 16, 33) y “Yo estaré con ustedes todos los días hasta el fino del mundo” (Mt 28, 20). Tenemos que comunicar esta verdad, esta esperanza de gracia y amor de Cristo al mundo, tenemos que esforzarnos por hacer participes de la vida de Cristo a los demás con caridad.
Tenemos que compartir a los demás con nuestras acciones que el Dios de Jesucristo es un Dios de vivos y no de muertos. ¡No perdamos la esperanza en Cristo Resucitado!
Adrian Alberto Herrera es actualmente director asociado para la Oficina de Evangelización y Catequesis.
